Ser presidente de una Comunidad de Propietarios

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Este es el tipo de error funesto del que usted podría arrepentirse el resto de su existencia. Téngalo claro, ya que nadie está libre de poder incurrir en él, ya sea por coacción moral o física, flaqueza, debilidad de espíritu, o simplemente por levantarse el día d más bobo que de costumbre. No se crea que hablo de oídas. Yo debí de padecer una conjunción de todos esos factores y todavía lo estoy lamentando.

Y en mi caso, además, estaba más que avisado. Por mi trabajo, tenía experiencia suficiente tanto en asistir a juntas comunitarias como en intervenir en esos litigios judiciales que son la sal y la pimienta de cualquier Comunidad, y era por ello plenamente consciente del dragón de siete colas que estaba a punto de engullirme. Y pese a ello, contesté que sí, que vale, que qué se le iba a hacer…

Yo no sé si en el resto del universo ocurrirá lo mismo, pero en España ser presidente de cualquier cosa te convierte ipso facto en fundado sospechoso de ser un tunante con ínfulas y escasa catadura moral. Da igual si lo eres de la asociación de fabricantes de globos aerostáticos, de la federación de catadores de vinos de mistela o de lo que sea. Si has accedido a ese puesto, será porque algo quieres y/o algo buscas. Y ese algo, desde luego, no será nada bueno. Pero en el ámbito de las Comunidades de Propietarios, a ese juicio apriorístico e irrefutable se añade además el de que también sin duda eres tonto de baba, del higo o de capirote. Depende del día lo eres de una o de otra cosa, pero siempre tonto. De otra forma, y como la sospecha de golfo no te la quita nadie, te habrías procurado otro tipo de presidencia, no aquella cuyo ámbito radica precisamente dónde vives e intentas dormir por las noches. Es de sentido común.

Dicho lo cual, le informo: si usted es lo suficientemente temerario como para seguir mis pasos, puede optar por ejercer su presidencia de distintas formas, aunque, elija la que elija, le dará igual si lo único que pretendía era seguir viviendo en paz.

Una de esas formas es la del presidente solícito y eficaz. Suele ser la adoptada por personas de buen talante, paciencia a prueba de bomba y que, además, se acuestan pensando que mañana puede ser un gran día. Si opta usted por pasar su año de penitencia ataviado de tal guisa, debe saber que es posible que tarde algo más de tiempo en escuchar los murmullos cuando entre en el portal, e incluso que, si su Comunidad tiene piscina, pueda evitar la contractura cervical, en otro caso asegurada, por el salto a bomba del vecino del cuarto B mientras usted intentaba relajarse haciendo “el muerto”.

Pero no se engañe; antes de finalizar su mandato habrá conseguido igualmente ser destinatario de variopintas insidias, desde las más básicas (¿qué se estará éste llevando?, ¿habrá terminado éste la primaria?) hasta las más sofisticadas, tipo “a mí éste siempre me ha sonado de algo y todavía no sé de qué; yo no sé si será de un caso de pederastia del que hablaron hace unos años en televisión”. Y a cambio de esa estéril cosecha, se habrá pasado usted todo el año siendo el lacayo impagado de la vecindad.

Durante ese período podrá acumular horas de vuelo en actividades tan sugestivas como rescatar del árbol comunitario al gato siamés de la vecina del séptimo C; cambiar los plafones de los descansillos por bombillas led y un mes más tarde reponer los plafones porque la sustitución no se había acordado en junta; formular reclamaciones de toda índole a las compañías suministradoras de luz, agua, gas, teléfono, internet y todo lo que ahora mismo ni se le ocurre que exista; vigilar y apercibir por su bajo rendimiento a los empleados del servicio de limpieza, de mantenimiento de los jardines y no te digo ya nada al conserje búlgaro. Y, por supuesto, se habrá ganado el cielo escuchando las quejas del vecino del bajo B por las juergas que se montan los sábados por la noche los del primero B, los lamentos de éstos contra aquél por la humareda de las barbacoas dominicales en su terraza, la indignación del viudo del sexto C por los quejidos infrahumanos que emiten los del sexto D cuando consuman, y el hartazgo de la señora del tercero A por  las cagarrutas que deja en el rellano el caniche de los del tercero B. Valga lo anterior a título ejemplificativo y sin ánimo de exhaustividad.

Si cree que merece la pena, siga usted esa línea. Porque siempre existe otra, en concreto la que yo elegí. Desde el primer día de ejercicio del cargo me especialicé en el arte de las remisiones. O sea, eso es función del administrador, llámelo usted. Esto otro es responsabilidad de la empresa de limpieza, hable usted con ellos. Eso que me cuenta se lo puede hacer saber usted directamente al conserje. ¿Qué el siamés de la del séptimo está en la copa del castaño de indias? Hombre, pues que avise a los bomberos. Y así desde el primer día hasta el de mi cese y unánime reprobación en la junta celebrada un año después.

Eso sí, el socorrista me tuvo que sacar inconsciente de la piscina tras el salto bomba sobre mi panza del salvaje del cuarto B. Y, al poco de mi cese, vendí el piso. Ahora vivo en un chalet aislado en la montaña.

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1 comentario en “Ser presidente de una Comunidad de Propietarios”

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