Imagino que ustedes ya habrán entendido que el propósito principal de que yo escriba en este blog no es hacer amigos, sino más bien perder los pocos que hasta ahora hubiera conservado. Con la redacción del artículo que antecede, por ejemplo, sospecho que habrán volado los creyentes a rajatabla en la diosa Razón. Y debió de estar a punto de sucederme lo mismo con los partidarios del anterior ocupante del trono, aunque quizá el giro en mi argumentación, tras los iniciales golpes de tanteo, haya podido evitarlo. Pero por poco tiempo, porque ya anticipé que me reservaba lo más sustancial para otro momento. Para éste.
Por comenzar de alguna forma, diré que creo que la relación entre religión y filosofía es similar a la que, en materia musical, pueda existir entre “La Bamba” y la Sinfonía “Heroica” de don Ludwig. Aunque puedan encasillarse dentro del mismo género de expresión humana, está acreditado científicamente que estimulan zonas muy diferentes del cerebro. Y para crear –y disfrutar- piezas del segundo género, es preciso un cierto desarrollo evolutivo de esa parte de la anatomía, en modo alguno necesario para las del primero. Dicho sea sin acritud.
A ver, la ventaja de este tipo de productos no excesivamente complejos es que suelen ser multiusos. Igual que la canción del verano te puede valer igual para desconectar un rato en la oficina que para desmadrarte en la fiesta del bikini de la discoteca playera, las religiones están concebidas para su uso libre y discrecional, según las necesidades y querencias de cada cual. Ciertamente, hay quien encuentra en ellas solución a los más complejos interrogantes de la existencia, sobre todo si no pierde mucho tiempo en hacerse las preguntas ni en meditar sobre las respuestas. Pero además de para eso (que digo yo que sería lo suyo), se pueden utilizar también para otras muchas cosas. Por ejemplo, para no albergar dudas sobre lo que puede o no hacerse o pensarse –y otros muchos verbos reflexivos-; para seguir la tradición familiar o territorial; para dar un toque de distinción a un sinfín de eventos… Y, por supuesto, para sentirse partícipe de un grupo definido. La perpetua y tranquilizadora aspiración.
Todo lo cual, en principio, no debería tener nada de malo si se restringe el concepto de “malo” a aquello que pueda perjudicar gravemente a los demás, y no se entra en otras disquisiciones más peliagudas, como serían las que atañen al perjuicio que uno se pueda provocar a sí mismo por renunciar al pensamiento propio.
Pero la experiencia nos dice que la realidad no es así de inofensiva, al menos si nos referimos al grupo de religiones que nos resultan más cercanas, como esas denominadas “del Libro”, cuyos efectos nocivos, también para aquellos que prefieren mantenerse ajenos a sus ocurrencias, está suficientemente contrastado. En este caso, nos encontramos ante un fenómeno que nos costaría lo suyo poder razonar si, por ejemplo, tuviéramos que explicárselo a ese hipotético alienígena de buen talante y evolucionado cerebro que llama una noche a nuestra puerta para que le contemos de qué va esto del rollo terrícola.
Imagine. Está el pobre marciano tan tranquilo, después de haberse trasegado la tortilla de patata y el vaso de rioja que le hemos servido para mostrarle nuestra hospitalidad, y de pronto ve en la pared la reproducción de “El jardín de las Delicias” que nos regaló la tía Feliciana en nuestra boda. De entrada, el hermoso color verde fosforito de la tez de nuestro invitado transmuta a un tono cadaverino de lo más singular. Y eso que aún no hemos comenzado a darle detalles, que es lo mejor de todo:
-No te asustes, querido RX34, sólo es una pintura religiosa pedagógica. Para que la gente reflexione sobre la vida y la muerte.
-¿Religiosa? –repite inquieto el alien- ¿Y eso qué significa?
Y se lo explicamos, de la mejor forma que podemos. Lo de la inquietud del ser humano por hallar explicaciones a los principales enigmas de la vida, y lo de cómo las religiones te permiten despejar las dudas sin dificultad. De nuevo nuestro amigo cambia de pigmentación. Ahora pasa a ser anaranjada.
-¿De verdad? ¡No puedo creerlo! ¡En mi galaxia llevamos millones de siglos reflexionando sobre esas cuestiones y seguimos sin dar con una respuesta fiable! ¡Qué maravilla! ¿Y cómo lo consiguieron ustedes?
En ese momento es cuando uno tiene que carraspear, y atusarse un poco el pelo, y mirar de reojo por la ventana, y rascarse la barbilla, y preguntarse por qué leches ha tenido que venir el extraterrestre a tu casa y no a la del vecino, que es del Opus y se lo habría explicado todo mucho mejor. Pero, en fin, toca contestar:
-Hombre, aquí es fácil. De vez en cuando Dios habla con alguien o directamente viene una temporada a convivir con nosotros y nos lo explica todo. Y asunto solucionado.
-¿Dios? –inquiere el excitado galáctico. ¿Y ése quién es?
Pues va a tocar hacerse el tonto. En situaciones de esta clase, es lo mejor.
-Ah ¿es que a vosotros no os habla ni os visita Dios? ¡Qué mala suerte!
-Pues no a lo primero y pues sí a lo segundo –contesta RX34, que parece estar empezando a mosquearse-. ¿Y siempre les explica lo mismo?
Mejor empezar a hablar claro, que el tipo éste de color cambiante, tonto no aparenta ser.
-La verdad es que no. De hecho, cada vez dice una cosa. A unos, que no se coman a los cerdos ni prueben el alcohol. A otros, que se corten el prepucio. Y cosas de ese tipo. En lo que sí coincide siempre es en que los que no hagan caso a lo que él dice, aunque a cada uno le haya dicho una cosa distinta, se irán al infierno sine die. Por los siglos de los siglos.
El marciano sigue preguntando y yo respondiendo. Le hablo del infierno, del purgatorio, de la resurrección de las almas e incluso de los cuerpos, y hasta del espíritu santo, que tiene forma de blanca paloma. Y me excuso de darle detalles de otras revelaciones varias, alegando no ser erudito en el asunto y remitiéndole al efecto a mi vecino Mohamed, del bajo derecha, y a don Elías Cohen, del segundo izquierda, que podrán ilustrarle sobre sus respectivos idearios.
-¿Esos señores son amigos suyos? –se interesa el de la multipigmentación.
-Claro; si no, no le diría que hablase con ellos. Jugamos juntos al mus.
-Y cuando se mueran los tres, ¿sólo uno no irá al infierno?
-Por supuesto –confirmo-. El único que se salvará de nosotros es el que haya tenido suerte con el asunto de las revelaciones. Y si ha seguido a rajatabla las indicaciones oportunas, claro. Por ejemplo, Mohamed, que bebe vino y come jamón como yo, no tiene nada que hacer. Ese se va con Luzbel pase lo que pase.
El caballero de las estrellas no entiende nada. Lo veo tan perdido que le ofrezco otra copita de Marqués de Riscal y no me la rechaza. De hecho, se acaba la botella, mientras yo contemplo extasiado la variada gama de colores que el tipo es capaz de adoptar. Cuando al final se levanta de mi sillón orejero y se despide, presenta un bonito tono azul turquesa. No sé si está triste o borracho. Pero da un poco de pena.
-Perdone, ¿usted sabe si en Alfa Centauri han adquirido ya un mínimo de sensatez? Es que si hago dos viajes con resultados así, a lo mejor me despiden.
-Pues no sabría qué decirle. Pero si va para allá y tiene más suerte que aquí, ¿le importaría volver y llevarme con esos alfas, que con su nave seguro que no tarda nada?
Esperando estoy. Lo mismo me mudo.
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