Aquí asistimos a un espectáculo para todos los públicos, en el que la mejor entrada es la que evites comprar. Y el reparto es variopinto. Por un lado, un contubernio de redactores de manuales de estilo para la nueva era y poderes fácticos de toda clase y condición, finales beneficiarios de la trama, reunidos en cónclave en el reservado de cualquier whisky-bar. Por el otro, los tontos útiles (si nos descuidamos). O sea, usted y yo.
El trámite es sencillo y algo burdo, aunque los hechos demuestran que altamente eficaz. Pongamos un ejemplo al azar, entre los muchos que podrían citarse. Imagine usted que a uno de esos parroquianos del whisky-bar (llamémosle Sátrapa 1) le han sentado mal las cocochas al pil pil que ha engullido esa noche antes de su copita de rigor, y que anda el hombre por los pasillos de su casa, en pijama de rayas, rumiando una indigestión de aquí te espero y sin poder pegar ojo. De pronto, en medio de tan poco oxigenante proceso, y sin que ni él mismo sepa por qué, alumbra una penosa reflexión:
“Hay que ver qué mala fama tenemos a día de hoy los empresarios. Cuando mi padre, hace cincuenta años, se lucraba debidamente con su empresa de fabricación de estropajos, pagando salarios bajos a sus empleados y haciéndoles trabajar de sol a sol, le tenían un respeto de narices. Vamos, que comía gratis en los asadores y consumaba también de balde en las casas de lenocinio de la zona. Como un señor, que es lo que era o lo que al menos le consideraban los demás. Y a nosotros, en cambio, que somos mucho más civilizados, pagamos sueldos justos y no abusamos de nadie, nos ha tocado pagar el pato. Es mencionar en determinados ámbitos la palabra “empresario” y que te miren como a un apestado. Habría que hacer algo para remediarlo. No es justo”
La sal de frutas surte al fin efecto y nuestro protagonista consigue conciliar el sueño. Pero la idea se ha fijado en sus meninges y la comparte unos días después en el whisky-bar con Sátrapa 2, su viejo amigo de los jesuitas y ahora gerifalte del partido en el poder.
-Eso os pasa por seguir siendo tan avariciosos –advierte el regidor-. Si no toreaseis tanto a los sindicatos y repartierais más equitativamente los beneficios, estaríais mejor vistos.
-¿Pero qué me estás contando? ¡Si somos los que mantenemos el país!
Aunque el preboste no coincida en la valoración, a él también acaba de encendérsele una lucecita en su pragmática sesera. Y es que, bien visto:
-Aunque con los niveles de paro que tenemos, lo mejor que podría hacer la gente es dejar de pedir trabajo a los demás y montárselo ellos por sí mismos. Que tanta prestación y tanto subsidio nos van a acabar arruinando. Pero ponte tú a animar a la gente a que se haga empresaria, que como reconoces, es algo muy mal visto en muchos ámbitos. No sé yo…
Tras una pausa de cavilación compartida, Sátrapa 1 cree dar con la solución:
-¿Y si nos cambiásemos el nombre? A lo mejor es así de sencillo. ¡Marketing, amigo, marketing…!
A Sátrapa 2 se le abren los ojos como platos y deciden continuar la conversación la noche siguiente con Sátrapa 3, también condiscípulo en el cole de curas y ahora Director Adjunto de un relevante grupo de comunicación.
-¿Así que queréis que os ayude para que a los empresarios de toda la vida, los explotadores de la clase obrera y toda esa farfolla, ahora se les denomine de otra forma y puedan estar bien vistos por la sociedad? ¡Joder, sois maquiavélicos!
Entre risas y tragos, Sátrapa 1 insiste:
-Si ponéis en marcha el ventilador en vuestros medios de comunicación, en un par de años está hecho, ya verás.
-No te digo yo que no.
Sátrapa 1 acabó cerrando la fábrica de estropajos de la que llevaban viviendo setenta familias un número similar de años, así que ya no es empresario. Ahora es emprendedor. Su negocio se desarrolla preferentemente en “la red” y sus “colaboradores” residen en una pequeña población de Burundi. Lógicamente, lo que les paga por su “colaboración” es proporcional al nivel de vida de la aldea, que tampoco se trata de que un dispendio más generoso pueda alterar el equilibrio socio-económico de la zona.
Sátrapa 1 recibió hace unos meses el premio al “Emprendedor” del año. Desde que dejó de lado ese vicio funesto de ser empresario y se pasó al “emprendimiento”, es mucho más respetado y admirado.
Los poderes públicos y privados recomiendan el “emprendimiento” como una opción vital de lo más aconsejable. En los planes de estudio escolares hay asignaturas que recogen ese término. Usted y yo (¿o no?) hablamos de los emprendedores –que son buenos y modernos- con total naturalidad, distinguiéndolos por supuesto de los empresarios –que, los pobres, siguen siendo malos.
Cuando nuestros tres sátrapas se reúnen en el whisky-bar y comentan todo esto, se parten de risa.
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