Pocos habrá que no hayan oído alguna vez los versículos del Evangelio atribuido al apóstol Mateo, en los que se transmite el tranquilizador mensaje de su jefe sobre la manía humana de preocuparse demasiado por la comida del día siguiente o por tener un trapillo para tapar las vergüenzas. Ya saben, aquello de que las aves no siembran ni siegan y pese a ello están bien nutridas; y que los lirios del campo no trabajan ni hilan y van vestidos de lujo.
Es menos conocido –probablemente porque quien lo dijo era de menor rango, el lenguaje menos florido y el mensaje más intransigente- lo recomendado por el reconvertido fariseo Saulo de Tarso, en su segunda epístola a los Tesalonicenses, sobre que “si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”.
Como comprobarán, aun en el seno del mismo grupo de opinión no hay consenso sobre la materia. Suele ocurrir.
Si me remito a testimonios tan pretéritos, es precisamente porque quiero resaltar que la cuestión sobre la que pensaba opinar siempre ha sido polémica. Y que si incluso uno de los más famosos patrocinadores de recintos sagrados fue aparentemente disculpado por su radicalidad, similar condescendencia debería serme aplicada.
Dejaré sentadas algunas premisas:
1.- Nunca he sentido ninguna simpatía por los regímenes totalitarios, en los que sólo puede vivirse con cierta tranquilidad si no discutes el orden establecido. Ni por los de “derechas” ni por los de “izquierdas”. No albergo dudas de que, por ejemplo, en la Unión Soviética mi residencia habitual habría sido un gulag.
2.- Puestos a elegir defectos, creo que el de la envidia es una pésima opción. Además de que suele notarse demasiado y que te convierte en una especie de sarnoso a ojos de los demás, no es nada aconsejable para la propia paz interior.
3.- En coherencia con lo indicado, no tengo nada en contra de la propiedad privada, ni contra los millonarios por el mero hecho de serlo, ni contra la vida padre que puedan y quieran darse mientras los demás nos limitamos a intentar sobrevivir. Me alegro por ellos. Que les aproveche.
Por tanto, lo que pienso y ahora voy a explicar no se deriva de un concreto posicionamiento ideológico, del que prefiero carecer. Se basa en esa forma de observar el mundo y sus gentes a la que ya me he referido en alguna ocasión, que practico no tanto por elección como por descarte de las demás, y que consiste esencialmente en reconocer que debo de ser tonto y que por ello no entiendo lo que el común de los mortales considera razonable per se.
Dicho todo lo cual, iré al grano. A estas alturas de la historia, no consigo comprender como no se ha abolido ya –igual que la esclavitud, las ordalías o la prisión por deudas- la curiosa figura del rentista hereditario. O, lo que viene a ser lo mismo, como el 99,9% de la población mundial que se ve en la necesidad de trabajar para poder sobrevivir, sigue tolerando que exista un 0,1% de paniaguados (“ninis” según la terminología moderna) que vivan espléndidamente, sin saber hacer normalmente la “o” con un canuto y sin, desde luego, haber hecho nada productivo en toda su vida, y ello por la mera circunstancia de que alguno de sus predecesores consiguiera acumular un buen botín que, en vez de llevarse a la tumba al estilo faraónico, dejó lamentablemente a disposición de sus crápulas descendientes.
-¡Y decía el tipejo que no le iban los regímenes totalitarios! Éste es un radical peligroso. Un maoísta, un estalinista, un anarquista, ¡un perroflauta!
Pues no, señora enjoyada, enlacada y enfurruñada; no se trata de eso. Ya le dije que no tengo nada en contra de los propietarios de yates, ferraris e incluso aeronaves privadas, siempre y cuando tales posesiones provengan de su propio esfuerzo. Y fíjese, tengo las tragaderas tan amplias que aun le diría que no me interesa la naturaleza de ese esfuerzo, que ni soy policía ni pretendo serlo. Porque lo que me resulta radicalmente contra natura es que alguien viva, desde el primero al último de sus días, practicando el parasitismo, aunque pretenda justificarlo en que el pagafantas era de su sangre.
La señora se ha ido completamente ofuscada y ahora me enviará al marido, que será aún peor. Porque he de reconocer que parte de mis reticencias hacia este tipo de congéneres deriva de que no suelen ser especialmente amigables, salvo con los de su gremio. No se extrañe nada si un día trata usted con un potentado al que le salen los billetes por las orejas, y descubre que es una persona cordial, afable e incluso empática. Pero ya verá como no vive de las rentas ajenas, ya verá como al menos parte de lo que tiene lo ha ganado con sus manos o con su cabeza. Incluso con sus pies, si es futbolista Pero ninguna de esas cualidades suelen darse en el rentista mortis causa. Imagino que ese Pepito Grillo que todos llevamos dentro, mal que nos pese, les debe dar la lata al acostarse. Y, claro, así no se levanta uno de buen humor.
Para aligerar de remordimientos esas maltrechas conciencias, he ideado un plan que a mí me parece de lo más razonable y ecuánime, aunque me temo que debo de ser el único en opinar así, ya que lo he compartido con algunos conocidos de diversas tendencias ideológicas, y todos han coincidido en aconsejarme que me haga revisar las neuronas por algún especialista. Uno de ellos (el más izquierdoso) lo analizó con algo más de detenimiento y cierta complacencia, pero tampoco le convenció, argumentando que no se conseguía del todo el deseable efecto redistributivo. Aunque sí reconoció que podría resultar positivo para contener la inflación.
Como creo que mis conocidos son todos unos apocados, se lo voy a explicar a ustedes, que seguro que son más receptivos. A grandes rasgos, mi propuesta sería que en la tramitación de las herencias, hasta ahora monopolizada por los notarios y los órganos judiciales, entren también en escena los servicios públicos de limpieza viaria y retirada de escombros. Así, en aquellos casos en que se constate que el heredero del pudiente finado es un nini, tan diligentes servicios públicos se encargarían de retirar de bancos, cajas y cualquier otra casa de lenocinio similar, el montante íntegro presto a pasar de manos, siendo a continuación convertido en papilla en el vertedero más cercano. En cuanto a los bienes no fungibles del caudal relicto (inmuebles, obras de arte, joyería y otras bagatelas en general), se utilizarían como premios en el tradicional sorteo de lotería de Navidad, sustituyendo al prosaico dinero que ahora se reparte. No me nieguen que esta nueva clase de premios encajaría mejor en la época del año en que se celebra el sorteo, y que además haría más entretenido y variado el hasta ahora monótono cantar de los niños de San Ildefonso.
Mediten con calma mi propuesta. Si sumo suficientes adhesiones, tengo previsto promover una iniciativa popular de modificación legislativa, que llevará como cita introductoria lo que dijo San Pablo a los habitantes de Tesalónica. Dará más fuerza.
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Qué alegría, por fin, alguien lo dice. Llevo años pensándolo. De ahí mi fama.
Y, tú que sabes más ¿por qué la propiedad solo caduca cuando es intelectual?
¡A las armas! Ja, ja.
Vaya,,, parece que sin serlo concientes , somos dos comunistas en la familia!!!!! porque de socialistas nada que seguro que la enjoyada lo es!!!