Liarse con quien no se debe

liarse-con-quien-no-se.debe

Una de las ventajas de llevar medio siglo largo pululando por aquí es que, a estas alturas, quien más y quien menos las ha visto ya de todos los colores. En casi todo. De hecho, el que llegada esta edad no se haya vuelto ya tolerante por definición (si no tuvo la fortuna de serlo de origen) es que o está ciego o finge serlo. Habría, no obstante, una tercera y una cuarta opción, que pasarían respectivamente por sentir una aversión congénita hacia el género humano en general, o la inversa, consistente en albergar unas expectativas tan ilusorias del mismo, que la diaria constatación de la cruda realidad tiña esa fantasía en insana inquina hacia quien pudo ser tanto y se quedó en tan poco.

Pero estos últimos casos son residuales. Lo normal es que, superados los posibles errores de perspectiva propios de la edad de la inocencia, llegue un momento en que uno sea consciente de cuáles son los rasgos prototípicos de la especie a la que los antropólogos han catalogado (quizá exagerando) como homo sapiens, y que tampoco se vuelva loco porque sea ésa y no otra más celestial nuestra real conformación.

Dejémonos de eufemismos: somos una variedad animal más. Con nuestras particularidades, sí, pero no tantas respecto del resto de bichos como nos gustaría pensar. Y una de las facetas que más nos emparentan con el resto de la fauna es la que tiene que ver con eso del sexo y todo lo que lo rodea. Es comprensible, y la culpa no es nuestra, sino de la desidia del diseñador de seres vivos, que ante la disyuntiva de pasarse el día manufacturando ejemplares o hacer un par de cada especie y dejar que luego nosotros nos tuviéramos que encargar de seguir fabricando, optó por lo segundo. Y a descansar, como un señor.

Eso sí, hay que reconocerle que pergeñó correctamente su diseño. Con la excepción de cuatro anacoretas del desierto y otras tantas vírgenes vocacionales -que por lo que fuera se le pasaron por alto-, al resto nos instaló en el hipotálamo el dichoso chip que funciona impecablemente y tantos gustos y disgustos ocasiona. Y eso que al menos tuvo la delicadeza de diferir unos años su entrada en funcionamiento, permitiéndonos que en el jardín de infancia y en las clases de primaria pudiéramos centrarnos en algo menos cansino que ver como aseguramos la perpetuación de la especie.

Pero una vez disfrutada esa etapa de relax, ya saben lo que pasa. Cambio hormonal por aquí, cambio hormonal por allá, y al tajo, que mañana es tarde. Como dice la letra de un hit de música urbana actual, “folla y bebe, que sólo hay dos días y uno llueve”. Pues eso.

Nada que objetar. Somos lo que somos y ya está. De hecho, cabría recordar que si uno de los pecados capitales es la lujuria, otro es la pereza. O sea, que si no estuviéramos predispuestos de forma tan imperativa, el presunto “sapiens” habría durado menos que un bostezo.

Dicho todo lo cual, ¿no piensan ustedes que a algunos/as el asunto se les va un poco de las manos? Como comencé diciendo, esto de la edad provecta suele implicar que la extrañeza sea una de las sensaciones menos habituales, así que a mí, al menos, sorprenderme ya no me sorprende casi nada de ese ámbito. Pero he de reconocer que sigo admirándome con las necedades que la gente es capaz de cometer para cumplir las expectativas creadas. Y no me estoy refiriendo a congéneres que sufran satiriasis o ninfomanía, que cosas peores hay, sino a aquellos que padecen la curiosa propensión de elegir la pareja de baile menos indicada para saciar su necesidad de ritmo. Y no vean los líos en los que se meten, los pobres.

Es complicado decidir cuál sea la opción más contraindicada. Hay algunas formas de patinar que son ya legendarias, como el tradicional enredo entre jefes y subordinados (en cualquiera de las combinaciones de género posibles), que suelen acabar muy malamente y en bastantes casos con ambos en la cola del paro e incluso el de mayor jerarquía (especialmente si es varón) dando explicaciones al juez de turno. Tampoco es infrecuente lo de excederse en la cordialidad vecinal, pasándose en breve del originario buenos días en el portal al salto del tigre en la alcoba de los del quinto izquierda. Por eso es tan habitual que se divorcien al alimón un par de matrimonios del mismo rellano, no piense nadie que es casualidad. Y no menos practicado es el pasatiempo consistente en vengarse del hermano o hermana que le martirizó a uno o una en la infancia, llevándose al huerto al cuñado o cuñada respectivo. Antiguamente, este remedo cutre del incesto se estilaba mucho en los pueblos, aunque aprovechando el fallecimiento del familiar de turno. Pero desde que la gente empezó a ver películas europeas de arte y ensayo, ya no se espera, que la vida es corta y la mala leche y el morbo, largos.

En fin, podría referirme a muchas otras variantes de esta clase de desaguisados, pero no lo creo necesario porque seguramente ustedes sepan del asunto más que yo, ya sea en mera calidad de testigos o incluso en la de directos protagonistas del suceso. De hecho, es tan amplio el abanico de posibles desatinos en la materia, que seguramente la única vacuna eficaz pudiera pasar por el acondicionamiento y uso de los androides también para estas lides. Porque si una deducción clara puede extraerse no es la de que todo sea culpa –stricto sensu– del hipotálamo contaminado por pulsiones de las que no somos responsables. No, yo creo que la auténtica conclusión es que somos tan vagos que, puestos a consumar, nos vale lo que encontremos más a mano. Total, para que molestarse más, si la culpa no es nuestra sino del diseñador.

Suscríbete para estar informado de las próximas publicaciones.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *